lunes, 18 de agosto de 2008

El destino de la fuente (IV)



Camila se paró justo frente a ella, Marcela subió su cabeza lentamente fijando sus ojos en los de Camila:

-Perdóname – Atinó a decir antes de romper a llorar
Camila se agacha junto a ella, la abraza, Marcela tiembla, se estremece.
-Vamos – Le susurra Camila al oído
Marcela se levanta, casi tambaleándose, se apoya sobre el brazo de Camila y camina junto a ella. No pronuncian palabras, el aire se carga con el silencio, un silencio que llega a ser ensordecedor.
Llegan a la puerta de un edificio, Camila abre y pasan al interior de un gran hall. Camila saluda al portero y sigue con Marcela aun prendida de su brazo, entran al elevador, 1-2-3-4-5-6: Parada.

Salen del elevador y entran al departamento 13:

- No me gusta ese número – Dice Marcela – Es de la mala suerte
- No creerás en esas cosas ¿No? – Replica Camila
- Si – Se sonroja Marcela
Camila ríe.

Una gran sala y un amplio ventanal de cristal por donde se distingue gran parte de la ciudad, hasta la bahía.

- ¡Es Precioso!
- Sabía que te gustaría ¿Quieres sentarte? Tengo algo para ti – Camila se pierde en el interior.
Marcela echa una ojeada rápida, Tallas de madera, muebles de bambú, todo parece de "La cabaña del tío Tom", simplemente le fascina, siente pasos, Camila se acerca y trae un libro en su mano:

- Es para ti – Se lo entrega
Marcela lee el título, le mira interrogante:
- ¿Por qué me regalas un libro de Safo?
- ¿Y por qué no?
- No sé
- ¿A qué le temes Marcela? – Marcela calla, pierde su mirada por el ventanal
- Muy bien – Camila retira el libro de las manos de Marcela y lo pone sobre la mesa
- Me da miedo que me gustes, me da miedo convertirme en eso
- ¿En eso?... “eso”, define “eso” – Parece que le divierte la situación a Camila, pero muy por el contrario, le desespera.
Mas silencio, Marcela calla, no se atreve a pronunciar palabras.

Camila se llena de paciencia, se sienta otra vez a su lado, le aparta los cabellos de la cara muy delicadamente, Marcela se electriza, cierra los ojos, su corazón se agita, no entiende como es posible que alguien le cause semejantes sensaciones.

- ¿Tienes miedo de qué Marcela? – Le susurra al oído.
Marcela empeora, siente que su temperatura se eleva, que llega a los 40, ni siquiera se atreve a mirar a Camila - ¿Le temes a ser lesbiana? – Le dice por fin.
El solo hecho de escuchar esa palabra hace que Marcela pegue un brinco, Marcela se crió en el interior, es una chica humilde, siempre tuvo sus preceptos bien definidos: Estudiar, independizarse, casarse, tener hijos, familia, o sea, “lo normal”. Nunca se vio fuera de ese patrón social; sin embargo esto que estaba sintiendo la sacaba de cualquier dogma, y lo peor era que no podía luchar contra eso, por más que se lo proponía.

- No digas eso, no me gusta esa palabra, no quiero no, no quiero serlo yo, yo no.
- Entonces ¿Qué haces acá? ¿Por qué lo buscas entonces?
- ¿Acaso tú lo eres?... ¿Lo sabías?
- No, te lo dije una vez, nunca antes… Pero no voy a luchar contra lo que siento– Se levanta de un tirón y va hacia el ventanal.
- Enséñame entonces – Marcela se levanta, se coloca detrás suyo.
- ¿Qué te enseñe? ¿A qué? – Se voltea Camila casi chocando con el rostro de Marcela que inesperadamente encontró muy cerca del suyo
- A ser como tú
Siente la agitación de Camila y de ella misma, ya no se evitan, es imposible frenarse ahora, las dos junto al ventanal, una frente a la otra, muy cerca, devorándose con la mirada, se sienten: Agitación… Los latidos del corazón de ambas suenan como repique de tambores en medio de aquel silencio.
Camila se acerca más, suave, tampoco sabe muy bien como actuar, pero su instinto le dice, le sugiere, “bésala, ahora, bésala”, lo hace, sus manos entre aquellos cabellos, su boca en aquella boca, Marcela la atrae más hacia ella, más aun, y más agitación; no paran ahora, Camila recorre el Mentón de Marcela, Marcela el cuello de Camila, se comen, se inhalan, se olfatean, se mastican… se desvisten, no hay paradas momentáneas, no hay escalas, no pueden simplemente detenerse, las dos sobre la alfombra, desplegándose, desnudándose, amándose. Al fin desnudas, se miran, es la única escala que hacen, se tocan, experimentan, ríen… Camila toca en algún lugar que hace que Marcela se contraiga – ¿Qué hiciste? – Pregunta, - No sé – Responde,
–Sigue – Y sí, sigue, pero ahora es su boca la que sigue, como si le llamaran de aquel centro, húmedo, jugoso, deleitable, y va como el llamado que siente, Marcela no entiende pero se deja, Camila absorbe, bebe, Marcela se contrae cada vez más, se arquea, gime, grita, se descontrola y estalla, ¡Oh, cómo estalla! Camila sube hasta su boca, la besa de nuevo, Marcela respirando a penas, agitada, desfallecida, siente su olor en los labios de Camila y bebe de ella misma mientras la besa.
- ¿Qué fue todo eso? Pensé que me moría
- Es que casi llegaste al cielo – Contesta Camila riendo
- No – Replica Marcela – Casi no, estuve en él.
Se besan otra vez. Ahora es Marcela quien siente aquella humedad… y palpa, Camila sobre ella, se mueve involuntariamente, le da compás a sus caderas sobre esas otras caderas, su respiración se acelera más en la medida con que aquellos dedos se deslizan entre sus piernas, y sí, es como estar en el cielo, Camila explota, erupciona, queda sin fuerzas, se derrumba sobre Marcela que la acoge en un abrazo intenso, y la besa, la besa como si se fuera acabar el mundo en ese preciso instante.

Duermen ahora profundamente, desnudas, extasiadas, satisfechas. Duermen en un excelso abrazo, y aun dormidas se besan, se abrazan, se acurrucan. Es por eso que no escuchan los pasos que se acercan, y siguen dormidas, unidas, enlazadas.
Continuará...

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