lunes, 11 de agosto de 2008

El destino de la fuente (II)


Así cada mañana se encontraban, para reír, intercambiar ideas, Marcela le comentaba sobre los libros que leía, de las fantásticas historias que casi vivía con cada personaje. Camila atenta gustaba de escucharle, se estremecía con la pasión de Marcela a la hora de exponer los detalles, como le brillaban los ojos, se le encendía la piel y Camila se encendía con ella, le iba creciendo la chispa del conocimiento, de la pasión literaria.

Un día leyeron juntas una historia de Mitología que Marcela seleccionó con entusiasmo. Marcela leyó para Camila casi toda la mañana, era una historia algo triste, “Las Pléyades y Orión”. Camila no entendía bien la decisión de Zeus al convertir a las siete hermanas en una constelación de estrellas, no se conformó nunca con el final y sus lágrimas comenzaron a asomar por la punta de sus ojos. Marcela sacó un pañuelo, enjugó sus lágrimas y en un acto totalmente incondicionado besó su pañuelo húmedo. Camila observó, se quedó viendo:

- ¿Por qué hiciste eso? – Preguntó Camila
- ¿Por qué todo necesita una respuesta lógica? – Argumentó Marcela

Más risas, más cercanía, los labios separados solamente por milímetros, sin despedidas esta vez, más cerca aún, y un beso… suave, delicado, sereno… tornándose de a poco en voraz, insaciable, intenso. Las manos de Marcela recorren el cuello de Camila, las de Camila la espalda de Marcela, de momento la realidad:

- ¡Estamos en un lugar público Camila!
- ¡Si! ¿Qué nos está pasando?
- No lo sé
- Yo tampoco
- ¿Quieres continuar?
- Quiero
- ¿No piensas que hacemos mal?
- No pienso que está mal lo que siento o cómo lo siento
- Me gustas Camila, nunca me pasó esto con una chica
- Lo sé, a mí tampoco, pero me haces volar y me gusta
- Si, también me gusta que me hagas volar

Caminaron esta vez por la plaza, agarradas de la mano, entrelazando sus dedos pero sin mirarse, no entendían; corazones al galope, humedad, más humedad solo con el roce de sus dedos, indescriptibles sensaciones… La despedida, cada vez más poco deseada, se inventaban cualquier excusa para continuar allí, una frente a la otra, las dos en aquella plaza.

- ¿Quieres ir a mi casa? – Pregunta Camila mirando hacia abajo, su mirada clavada en el suelo
Marcela levanta su rostro - ¿Vives con alguien? – Quiere asegurarse
- Vivo sola
A Marcela le chispea el alma… pero siente miedo, se aparta
- ¿Qué sucede? – Camila se preocupa
- Tengo miedo – Llora Marcela
- Solo quiero que conozcas donde vivo, solo eso – La calma Camila
- ¿Lo juras?
- Lo juro

Continuará...

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