martes, 9 de diciembre de 2008

GENTE...


Hay personas que marcan tu vida irremediablemente. Yo he conocido tanta gente en mi devenir que hasta me faltarían dedos (entre pies y manos) para contarlas. Entre toda esta gama puedo señalar a las que realmente aun están, a las que hoy por hoy sé que valen, y a esas puedo contarlas con una sola mano sobrándome en este caso unos cuantos dedos.
Hay personas que también me han decepcionado, y ni siquiera en el plano amoroso sino en otro que para mi es inquebrantable, y hablo del plano afectivo, humano, fraterno.
A mi me pasa que de una decepción jamás me recupero, quizás sea demasiado sensible o idiota, pero cuando hay personas que me decepcionan, que realmente me decepcionan, mi imaginación hace milagros para suprimirlas, simplemente las borro de mi memoria, puede ser que por algún mecanismo de defensa creado por mi misma, pero sí, las sustraigo, elimino los momentos, cuales quiera que estos hayan sido, y es que si hay algo de lo que las personas que me aprecian se deben cuidar es de no decepcionarme, no soy perfecta lo sé, también tengo mis fallas como todo ser humano, y es por lo mismo que puedo entender las fallas ajenas, tampoco soy exigente, ni siquiera reclamo presencias constantes o cotidianos a toda hora, pero hay hechos que para mí no tienen justificación y uno de ellos es la falsedad, la doble cara, la hipocresía.
Hoy una de estas personas ha sufrido la mayor metamorfosis ante mis ojos, es como descender desde la cima de una colina hasta las aguas más negras y sucias de un pantano, y sencillamente no lo esperaba. No importa mucho ahora, pues a veces uno se cansa de luchar por quien no es meritorio de ello aunque hayas creído alguna vez lo contrario. Cuando alguien a quien aprecias, a quien alguna vez le entregaste parte de vida (incluso la íntima) sin mirar atrás o pensarlo dos veces, cuando aún después de vivir innumerables cosas te mostraste tal cual eras, sin tapujos o medias tintas (incluso cuando la parte íntima llegó a su culminación total), en el momento en que pasa el tiempo y ves que a esa persona ni siquiera le interesa saber como estás, tal vez porque lo novedoso que ocupa su vida actual le lleva lejos o tal vez porque realmente le “calienta un huevo” saber como estás, justo en ese momento te das cuenta de que no vale la pena luchar, y no quiero ser dramática o pecar de muy emotiva pero es increíble como duele.
Es una pena tan grande que alguien a quien valoras (o valorabas) pierda todo de un solo tajo, que se desmorone ante tus ojos y ya ni siquiera te interese decirle, ni desees seguir luchando por tratar al menos de entender por qué actúa o no actúa, simplemente te cansas, te desarmas y llega el punto (mi punto actual) en el que te da lo mismo, en el que ya ni la recuerdas y si lo haces, no es precisamente con cariño.
Es por ello que mis amigos, mis verdaderos amigos se van reduciendo, mi cariño se va enfocando solo a quienes me alimentan con el mismo afecto, igual dedicación, a aquellos en los que en sus letras noto transparencia, frescura, aunque me escriban o nos hablemos una vez al año (jamás he pretendido dedicación total de nadie y nunca pretendería eso) pero sé que en sus afectos son honestos y limpios, que aunque solo planeemos nuestras citas en navidades o fiestas (estando el resto del año inmersos en la rutina de la vida) y sea ocacional cualquier encuentro, se denota esa fraternidad al abrazarnos (los que están cerca) ese amor de quienes están lejos y solo pueden enviar letras, pues la transparencia es visible aún en las letras, aún cuando no miras al rostro, aún cuando es solo una voz la que escuchas o son tus ojos los que vagan por una carta. La transparencia y el afecto son visibles vengan como vengan si son sinceros, si son reales.
Voy reduciendo sí, la escala de personas que realmente consta de valores, o de los que considero buenos y nobles valores, a ellos siempre, pero absolutamente siempre los llevaré dentro, incrustados en mi mente y mi piel, en cada poro y hasta en el aire que respiro.
Gracias amigos, los que aún están, y los que hoy sé que valen… Por ustedes soy, con ustedes cuento y de ustedes vivo…
Al resto, no me queda más que sentirles lástima, la carencia que hay ellos no es otra cosa que el reflejo de su propia alma vacía, y al final esos son los seres que vagan solos por la tierra... pobres... pobres...